Recuerdo de un viaje
(...) Stevenson sonrió.
-Usted es un principiante y se imagina que este cansancio tropical en el buque es una especie de enfermedad típica. Pero no es así. Es simplemente el ocio, al que un hombre sano no puede acostumbrarse, aunque suspire por él. No hay que tomarlo en serio.
-Pero es una vida sin patria y sin hogar -dije.
Stevenson se caló la gorra hasta la frente y contestó:
-Usted se equivoca. La patria no existe. Incluso en casa y entre los suyos usted experimentará con bastante frecuencia este sentimiento de desarraigo que ahora ha conocido. Un hombre tiene su patria allí donde trabaja y donde produce algo que valga la pena. Sin esto en ninguna parte se siente bien. Y cuando produce algo válido, lo hace por la obra o por la cosa misma, y aunque piense que lo hace por su familia o su nación, son sólo figuraciones. Lo que hacemos lo hacemos para la humanidad, y nuestra recompensa consiste en que con frecuencia el hacer nos divierte mucho. Los que hacemos algo somos todos colegas o hermanos, en toda la extensión del globo. Si usted, como supongo, es un buen escritor, serán sus hermanos todos aquellos que en cualquier latitud y en cualquier tiempo trabajan en la misma obra que usted, por la elevación espiritual de la humanidad o como usted lo quiera llamar. En la medida que usted forma parte de esta comunidad, tiene una patria. Pero si abandona esta comunidad, entonces se encuentra sin patria y sin hogar, aunque sea presidente del parlamento de su país. También yo, si me permite, me considero su compañero. Usted contribuye a la maduración y al cambio de las ideas, yo contribuyo a transformar la materia y a crear campos de trabajo. Es propio de su oficio cultivar los sentimientos y colaborar para ennoblecerlos. De esto entiende usted más que yo. Pero mire, amigo, esta añoranza en el buque no es ningún sentimiento que valga la pena tener en cuenta; yo creo que no es en absoluto un sentimiento, sino un sentimentalismo.
No me había dicho nada nuevo, pero la lección había llegado en el momento oportuno.
Stevenson nos dejó en Penang. Aún le estoy viendo dando órdenes, ya desde el buque, en inglés y en malayo a los de tierra y luego, calado el abollado casco colonial sobre su negra cabeza de gavilán, desaparecer velozmente en un rikscha para internarse por la hormigueante ciudad china. (1913)
(HERMANN HESSE: Pequeñas alegrías. Alianza Editorial. Madrid. 1997. Pp. 108-109)
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