miércoles, 3 de junio de 2009

JOSÉ CORONEL URTECHO



José Coronel Urtecho
(Granada, Nicaragua, 1906 - Managua, Nicaragua 1994). Poeta, ensayista y dramaturgo nicaragüense.
POESÍA. Pol-la D'Ananta, Katanta, Paranta (1970, 1989, 1993); Paneles de infierno (1981); Conversación con Carlos (1986).

TEATRO. Chinfonía burguesa (1957).

ENSAYO. Rápido tránsito (1953, 1959); Reflexiones sobre la historia de Nicaragua (De Gainza a Somoza) (1962); La familia Zavala y la política del comercio en Centroamérica (1971); Tres conferencias a la empresa privada (1974); Prosa reunida (1985); Líneas para un boceto de Claribel Alegría (1989).

ANTOLOGÍA. Panorama y antología de la poesía norteamericana (1948); Antología de la poesía norteamericana (1963), en colaboración con Ernesto Cardenal.

IDILIO EN CUATRO ENDECHAS

I

De nuevo. Sí De nuevo
siento que voy, que llevo.

En el tren, en los trenes,
siento que vas, que vienes.

Inútil preguntar
a la tierra, a la mar,
a la estrella polar.

Ni la arena, ni la espuma, ni la estrella
darán razón de ti. De ella.
Pero te esperaré. Te espero en las esquinas,
a ver si vas, si ves, si lo adivinas.

II

Te quiero
en diciembre, en enero.
Te quiero día a día, el año entero.

Te quiero
bajo el naranjo y bajo el limonero.


FEBRERO EN LA AZUCENA

Ya está seco el camino del río al valle y secos los senderos.
Ya el río enseña el espinazo de piedra de su raudal como
un potrillo flaco la fila de sus vértebras
Ya un friso oscuro marca en los paredones de la orilla el
nivel que alcanzó la crecida en el invierno
Ya brilla el sol en los bancos de arena
Verano

Ahora es cuando salen a calentarse en los bancos
de arena los lagartos. Donde sale una
hembra salen pequeños machos. Sale uno
grande que los ahuyenta con ruidosos
colazos. Como un hombre pesado que in-
tenta hacer la planca, torpemente se
levanta sobre sus cortas patas y avanza
hacia la hembra inconmovible, oscilando
el extremo de la cola. Con la palanca
de su larga trompa quiere volcarla. Va-
rias veces la empuja bajo el codillo.
Por fin la vuelca y la tiene indefensa.
Ahora es cuando bajan las manadas de chanchos de
monte de las montañas a los llanos para
comer coquitos. Se oyen de lejos los
chasquidos de sus dientes. Las crías van
aparejadas a las madres rozándoles las
costillas. Los machos buscan las hembras
cuando sombrean y se bañan en los charcos.
Ahora es cuando los tigres siguiendo a las manadas
de los chanchos amenazan a los ganados
que también han bajado a los llanos. Los
leones pumas cazan terneros. El tigre
osado y el león ya cebado de la carne del
cerdo, roban chanchos caseros junto a los
mismos ranchos del caserío. Se oyen
las hembras bramar de noche y el ronco bramido
bajo los machos. Y el grito, el grito,
el grito insondable del oso caballo.
Ahora es cuando aparece una pareja solitaria
de pelícanos que llegan todos los años
desde el mar. Y las parejas de martimpeñas
bailan con lento paso militar durante días.
Ahora es cuando suben al río los róbalos de
mar para el deshove.
Ahora es cuando encuentran viscosos nudos de
víboras.

Celo
Es el tiempo en que abunda la caza en donde quiera.
Cususcos o armadillos cruzan por los senderos
meterse en sus hoyos. Los perros se fasti-
dian de perseguir guatusas. En criques y que-
bradas se ven guardatinajas o tepescuintes.
Se hallan venados en los tacotales. Venados
de ramazón. Venados cabros. Es posible aga-
rrar cachorrillos de tigre y manigordas
o tigrillos de piel de terciopelo. Dantitos pintos y
venaditas temblorosas. Y también nutrias o perros de
agua de piel más suave que la gamuza.

Es el tiempo de las pavas, las perdices, las gongolonas, las
becadas o chochas que llaman chúes los niños y
sobre todo de las palomas. Paloma tora. Paloma
posolera. Paloma azul. Paloma patacona. Y la paloma
penadora que da un quejido breve, profundo y espa-
ciado que no se sabe de dónde viene cambia de sitio
y causa angustia.

Es el tiempo que dan los marañones en el marañonal
de Larios
Es el tiempo de los nidos y de los huevos de colores.
Fecundidad
Han florecido todos los árboles. Los corteses
están tupidos de flores amarillas y alzan sus copas en
el sol haciendo alarde de su amarillo apasionado.
Brillan, refulgen a lo lejos como las legendarias cúpu-
las de oro de las siete ciudades. Los robles están
cuajados de crespas flores nacaradas. Laurel y sota-
caballo perfuman todo el aire con la fragancia de sus
blancos ramilletes. El capirote de flores de un blanco
de espuma. El almendro de monte, moradas,
el hombre-grande, rojas. Y la coaba, lilas.
Han florecido los matorrales, las orillas de los caminos, las
cercas, la humilde escoba de sus florecitas amarillentas.
Cuando ha soplado el viento el río se cubre de
flores y hasta las criques arrastran pétalos.
Vuelan abejas y mariposas.
Han florecido las yedras y las enredaderas de la montaña.
Amapolas. Veraneras.
Han florecido las orquídeas.
Polen
Ya desde ahora anuncia el tiempo de Semana Santa, con
un silbido de penitencia, un pajarito pardo casi invisi-
ble.
El pajarito del Espíritu Santo
Misterio.

Verano en La Azucena.

DOS CANCIONES DE AMOR PARA EL OTOÑO

I
Cuando ya nada pido
y casi nada espero
y apenas puedo nada
es cuando más te quiero.

II
Basta que estés, que seas
que te pueda llamar, que te llame María
para saber quién soy y conocer quién eres
para saberme tuyo y conocerte mía
mi mujer entre todas las mujeres.

Pequeña Biografía de mi mujer
Mi mujer era roja como una leona
era campeona de basket—ball y vivía en el río
en una hacienda de ganado que ella personalmente manejaba
porque hacía las veces del padre en su familia de cinco mujeres.
(...)
Porque, ya desde entonces, nadie como ella —una muchacha
de pantalones —para entenderse y darse a respetar,
negociar y tratar con los contadores y capitanes de las
embarcaciones y los carretoneros y camaroneros o
cargadores y con los negociantes y mercaderes de las
tienduchas del mercado y aun con los mismos usureros
Y era ya, sin embargo, una alemana pelirroja con un soberbio
cuerpo de colegiala atleta, ganadora del premio de
natación o de carrera
Parecida a la estatua de la muchacha griega que lanza el disco
o la jabalina
Con su cara pecosa de leona o gata
Y una mirada verde de reflejos dorados
Cuyo mensaje no descifraron los barbilindos extasiados
ante los cromos de las barberías
Más de una vez, algunos deslumbrados por ella en la noche de
un baile o la fiesta de un club, en Granada o Managua,
difícilmente la reconocían, vestida de over oll, en día de
trabajo, reparando un motor en el taller de Pipio o
dirigiendo la construcción del Vagamundo en la playa del
lago
Sólo yo la miraba exactamente como era
No todo el mundo puede, en el momento dado, reconocer
a su mujer y casarse con ella.
(...)
Cuantos han trabajado con ella, cuantos la han visto en su
trabajo, nunca la han olvidado
Cuentan de ella y no acaban
Dicen que no hay otra mujer como ella
Una mujer extraordinaria
Una mujer como inventada por un poeta
Una mujer casada con un poeta
Una mujer por eso mismo verdadera
Una mujer verdadera mujer
Una mujer sencillamente
Una mujer

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